viernes, 27 de mayo de 2016

"Yo también estuve allí"



    Me basta con cerrar los ojos y el espacio-tiempo se pliega frente a mi para escapar a través de un agujero de gusano y retroceder a una velocidad espectacular hasta verme sentada en aquella banqueta justo detrás del cristal bajo las faldas de una húmeda montaña y alejada de todos. En un exclusivo coto verde olivo en las entrañas de la tierra y mirando a Cuba de una manera diferente pasé meses persiguiendo escrupulosamente pájaros de metal.
   No existe en mi vida la más remota posibilidad de que vuelva a estar allí otra vez. Aquello fue un alto en el camino, un paseo voluntario que disfruté con mucha entrega para persiguir mis metas. Una etapa aprendiendo a escribir al derecho y al revés, memorizando minuto a minuto coordenadas, números y alturas, dibujando a ras del suelo a los nuestros y también a los intrusos, y siempre con el miedo a equivocarme porque aquello no admitía errores. Muchas veces mirando al norte con  intriga y hasta en algunas ocasiones deseando al impostor, para poner nervio y acción a noches interminables y aburridas. Yo estuve allí, justo detrás del cristal, tomando notas y a veces creyendome importante.
   Mi vida de estudiante fue una lucha constante contra las notas mediocres, mis padres exigian relevancia y sofisticación y llegar a casa con notas por debajo de la excelencia se traducían en horas extras de estudios, vedados programas de televisión y restringidos horarios de juegos. Sacar buenas notas era la prioridad, pero pese a todo aquel sacrificio, y pese a mis relevantes notas, los números no fueron suficientes para incluirme en las ofertas y me quedé con ganas de haber estudiado medicina a la primera. La meta era esa, ser médico. No quería ser enfermera, ni arquitecta, ni licenciada en filología inglesa, ni ingeniera, ni abogada, "médico, médico, médico" era la palabra mágica, el pasaporte a la realización de mi utópica vocación que deseaba hacer realidad...Y entonces, ocurrió lo inesperado; la niña estudiosa de mamá y papá tenía una meta: Vestirse de blanco y colgarse un "esteto" al cuello, y sin variar mis prioridades, mis sueños, mis metas, juré vestirme de verde y colgarme un fusil al cuello para pelear por lo que más quería, ser médico, con bata blanca y esteto al cuello. Y así fue, decidí mezclar tonalidades para ponerle colores al drama y dar con mi favorito. Mis padres cambiaron de color, ni blanco, ni verde rostro, morados se quedaron, morados cuando les dije: "No voy a la univesidad a estudiar algo que no me gusta, me voy al Servicio Militar Voluntario Femenino y haré todo lo posible por hacerme médico, lo tengo más que decidido." Y morados siguieron hasta el día en que por fin ingresé a la universidad para estudiar, y como la vida militar me gustó tanto, estudié Medicina-Militar... jajajaja. El verde me entusiasmó tanto que me quedé bicolor.
   Volviendo a la plancheta y  es una pena que no tenga yo fotografías de aquella época, pero es algo así como esto para que se hagan  una idea:


Las fotos las tomé prestadas de internet. Escriben mujeres "planchetistas" sólo aparecen cuatro fotos referente al tema, fotos adjuntadas a artículos de la prensa cubana que hablan del papel de la mujer en la defensa del país, pero nada más. Y allí estuve yo, "defendiendo al país", vestida de blanca por dentro y verde por fuera, mirando desde la parte de atrás de un cristal a oficiales que sí decidieron ser verdes para toda la vida. Traduciendo datos temporales, escuchando al derecho y escribiendo al revés, y hacia la izquierda, contra toda mi lógica, visualizando doblemente la imagen, creándome un espejo imaginario que me hiciera ver que lo escrito estaba en el punto exacto, legible y correcto: - "00 (pausa) 002235 (pausa) 2235** 4101** 11/50** 17:51 , son códigos que aún pululan por mi cabeza. 18 minutos después una sirena rompía el silencio de toda una unidad militar anunciando a un intruso que no pidió permiso para pasar. Cinco minutos después tras una ((( ¡Pocisión Uno! ))) Sobre nuestras cabezas, una pareja de pájaros cazadores rompiendo la barrera del sonido viajaban como flechas anunciando al enemigo que no estábamos dormidos y que les estábamos cazando.
   Sí, yo también estuve allí, era planchetista en una unidad de la Defensa Antiaérea de las Fuerzas Armadas, enfundaba traje verde pálido y de mis hombreras solo colgaban señales de soldado raso.
   Para entonces, había que tener mucho amor propio y coraje. Ser mujer en las F.A.R. aunque fuese voluntario, implicaba armarse de valor moral y saltar los muros de la ignorancia, los asedios, duplicar hormonas y demostrar valía. Empezar una vida militar sin haber pasado por las esclusivas Escuelas  Militares para la formación de los futuros oficiles, conocidas como "los Camilitos", era ser de la clase pobre, de los fracasados, de los suplicantes que buscaban segundas oportunidades; pero na, me crecí como si llevara grados de general, me gané el camino hacia mi carrera y  rumbo a la meta, entre tantos corredores, incluyendo a Camilitos, llegué también yo. Cargada con los mejores recuerdos y la dicha de haber estado allí donde my pocos han podido estar.

-.Emnis Campos Calzado

  

 
   

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