Había comenzado esta parte de mi
escrito contando
la historia de cuando
en mi país había prácticamente “de todo” y el menú de la cena era muy variado y
colorido. Pero cuando tiré del cálculo, me percaté que hablar de cualquier
cosa que atañe a más de veinte años atrás y que se aleje de la época de las
pantallas táctiles,
ya parece demasiado
remoto e increíble en el tiempo, así que me remitiré al mes de diciembre del año pasado que es lo más fresco que tengo,
de cuando estuve en Cuba. Y como la
economía va de mal en peor,
voy a sacar mis propias conclusiones de lo que sigo pensando con respecto a la
situación actual en la que vive la mayoría de la gente de mi país y que no es
más que la prolongación de la versión más mala de lo que han sido los últimos
veinticinco años de mi tierra. Yo no soy patriota,
soy simplemente una cubana más viviendo en el extranjero, pero con la
mayor parte de la familia en Cuba y que aún ayudando a unos pocos, no terminan
de resolver sus míseros y básicos problemas por mucho que se esfuercen. Los que
no tienen ni un cuc de regalo, esos están aún peor, aunque aparentemente
demuestren lo contrario.
Cuando el socialismo Ruso se fue a pique,
nosotros quedamos colgados de la nada. Caímos en una depresión económica tan
descarada, que todo el problema se lo achacábamos al imperialismo y su bloqueo con
relación a Cuba y
entonces fuimos
totalmente incapaces de hacer las cosas bien y pegar el cambiazo que
necesitábamos en aquel momento. De haber sido así, hoy la vida en mi país
hubiese sido diferente. Pero no, la alegoría revolucionaria y el fanatismo
social, nos arraigó a una absurda ideología que lo único que ha logrado es
llevarme a este punto de decepción, “al menos a mi”.
Entonces pasó que Cuba entera se sumió en una
era “ESPECIAL” sin precedentes, y de tener un bienestar social aceptablemente
bueno, pasamos a ser aún más tercermundista de lo que éramos. El luto por la
pérdida de la vaca bolchevique que nos alimentó durante tantos años, se volvió
patológico; por lo que,
huérfano y aislados en medio del Caribe,
tuvimos que reinventarnos y aprender a sobrevivir cada día, como un ternero
destetado en medio del Masái Mara y sin pastos.
Que la revolución marxista-leninista sobreviviera, nos hizo aún más
obstinados y tolerantes con la miseria que nos atrapó...Pero cuando hablo de reinventarse,
me refiero al pueblo que se reinventa, que son: mis vecinos, tu vecino y el
vecino de; no hablo de ministros, diplomáticos, jefes y coroneles dotados de
extras al margen de la escasez. (De los que viven dependiendo de la familia que
radica en el extranjero, del que recibe la moneda dura de alguna que otra manera,
ni hablar, eso es un tema que también requiere otro diario). Hablo de la gente
inscrita y estatalmente racionada, de los que sobreviven al margen, del que
vive con lo mínimo;
de amigos y
conocidos de toda la vida que ni siquiera puede hacer trueque con la ilegalidad,
porque no tienen ni un duro disponible para hacerlo. La ridícula pensión o salario
del que disponen la mayoría, no se corresponde ni remotamente con la demanda y
su disparatada oferta.
La corrupción, el hurto, la desviación de recursos y
el acaparamiento, fueron siempre flagelos de la sociedad en la que crecí, pero se
sucedieron mucho más con el devenir del moribundo campo socialista. El
abastecimiento mermó tanto, que la escasez llegó para quedarse y hacerse crónica.
Este sistema en el que se sumerge mi país, se presta ingeniosamente para el trueque
ilegal y luego, cuando ya no encuentras nada
que cambiar o vender, ni siquiera el trueque
sobrevive. Se roba a manos llenas en todos los sectores de la economía y lo
robado,
se vende y se revende. El más
necesitado no se limita a comprar por la vía ilegal y favorece el hurto; y el
ladrón necesitado,
resuelve sus
problemas con lo robado. Y así el desfalco se va haciendo cada vez mayor,
mientras los datos económicos se van empolvando con la falsedad de toda la vida
para mantener a un sistema que no se sostiene económicamente, ni aunque se
reinvente;
pero que sigue ahí, de cara al
mundo
y de espalda a sus ciudadanos.
Siempre he tenido en mi mente a mi madre, ella ha sido una
excelente gestora en casi todos los campos de la vida cotidiana. Si antes de
que todo se volviera una mierda, ella ya tenía bien desarrollado el arte de la
planificación, la creatividad y la logística, en estos
años se ha convertido en una profesional,
experta en garantizar que todo siga funcionando relativamente normal, pero las
gestiones se complican y el disgusto le machaca cada día la vida.
Y aún así, siempre me sorprende cuando
“inventa” para sacar de donde no hay, un pesito para comer cuando yo no le puedo mandar. Ella se suma a esa
larga lista de empleados sumergidos, que arreglan su vida como pueden y lo
mismo vende un bolso, una tarta que un batido. Da igual, hace lo sea para comprar lo
poco que hay y suplir
las carencias de cada día.
La peor parte de la crisis se lo
ha llevado la cocina. Y aunque en Cuba esto ha sido siempre el tema del día en
cada sobremesa; ella, LA COCINA, se ha convertido en el dolor de muela, la
migraña, el cólico y la angina de pecho de cualquier familia en una casa, si
tienes una cocina relativamente equipada, con un buen fogón de gas y un
abastecimiento continuo de este combustible, no hay tanto problema. La muerte
viene con los que tienen una sola olla eléctrica y tienen que cocinar, al mismo tiempo que calentar agua para bañarse, o los que tienen fogones de petróleo, las
cazuelas mutiladas o una mísera hornilla eléctrica.
Sin hablarles del infarto cerebral que
provoca
“El MENÚ” del día o de mañana.
Creo que la mayoría de los
cubanos piensan que nuestra comida es la mejor del mundo, y no es así, vamos, ni
por asomo. Sin embargo, yo creo que la mejor comida del mundo es la que me cocina
mi madre cuando asumo con fe ciega, su total deseo de alimentarme bien, y
cuando a ese momento se le suma el tiempo que llevo sin verla, sin estar en
casa y
extrañando ese aroma peculiar de
toda la vida, ahí todo se vuelve aún más delicioso y único. Pero eso no me ciega y
sé, que nuestra gastronomía no es la mejor del mundo, para nada.
Nuestra cocina es una mezcla y
fusión de la comida española, italiana, africana y caribeña, pero este folclor es difícil hoy en día detallarlo al
milímetro y hacerlo realidad en nuestras casas. La miseria todo lo degrada. Y
así como se ha degradado la educación, la salud y la economía, la cultura
culinaria también se ha degradado y empobrecido. Lograr en un hogar
común cualquiera del territorio nacional, juntar en una mesa una opción
gastronómica mínimamente adecuada y certera, ya es una odisea. A la hora del
desayuno, del almuerzo y de la comida, casi todos los platos de comida en cada
casa, tienen el mismo
sabor, olor y color. Y
aunque cuando hay visita se trata de tirar la casa por la ventana, el menú
sigue teniendo la misma plantilla, dígase variedad, porque en cantidad no hay
quien nos gane, sobre todo si se trata de servir frijoles, arroz, carne y
ensalada, yuca o frituras, todo en el mismo plato.
No voy a perder el tiempo enumerando las de cosas que no hay para acompañar
el desayuno, el almuerzo o la comida; solo decirles que el acto de comer se
vuelve un exorcismo ridículo y al mismo tiempo gracioso entre bocado y bocado, para criticar y
reírnos de la situación actual, y que tal es el rutinario desprecio por la forma
en que llega el pan nuestro de cada día a nuestras mesas, que engullir sin degustar es la mejor
opción.
Si una cosa buena tiene internet es que encuentras de todo, y cuando
recuerdas algo que leíste un día, y escribes tres palabras, Google te saca
cualquier referencia de debajo de la manga y esto que buscaba y encontré decía así:
-
"No se les ocurra socializar la
agricultura. Dejen en paz a los pequeños productores, no los toquen. Si no,
pueden decir adiós al buen vino, a los buenos quesos y al excelente
foie
gras.”
Eso le recomendó Fidel
Castro al líder del Partico Comunista francés, George Marchais allá
por los años ´80… Menuda manera de conocer la verdad y aplicar todo lo contrario.
Candil de la calle y oscuridad de la casa que era este Fidel. Porque
eso fue lo que nos pasó. Él mismo se encargó
del poder absoluto y la socialización de todo, y fue
demasiado socialismo representado en un Acopio
improductivo que en todas sus facetas nos trajo hasta aquí, hasta la mesa de
la cocina de mi madre donde muchas veces lo único que hay es plátano, arroz y
huevo frito.
El ministerio de la agricultura se ha
convertido en un esperpento incapaz de buscar soluciones viables para los que tienen
ganas de cultivar. Las cosechas hace ya muchos años que crecen solo en
las noticias y el pueblo no ve una patata (al menos donde vive mi madre, en Mayarí) desde hace años
Hablo también de cuando
las carnicerías se convirtieron en almacenes de solo huevos, porque recuerdo que la
carnicería y la bodega de mi barrio tenían hasta nevera donde mostraban la carne el queso crema, la mantequilla.
Eso desapareció, y no solo de las neveras de la calle, si al refrigerador de mi madre, le sacas las botellas de agua, los plátanos y los huevos bien puedo meterme dentro de el con el resto de las cosas y sigue sobrando espacio.
Todo se fue mudando sin posibilidad de permuta, nada regresó, nada volvió, y
la carnicería que hoy espera abastecerse de algo más que huevos, también se vació. No esperes que los huevos sean frescos o tengan fecha de caducidad, eso poco importa, la salmonela ya forma parte de nuestra flora intestinal y se ha vuelto inocua... ¡Ay, si yo les contara!

Antes yo hurgaba en el monedero de mi madre y siempre
tenía pesos y monedas. Se iba a la calle de compras y volvía con la cesta
llena y con vueltos dentro de su cartera. Hoy sales a la calle con dinero y vuelve con la cesta medio vacía y con escaso vuelto en el monedero, y eso con suerte; porque otras veces sales con un fajo de billetes y no compras ni la calma. No hay nada de vergüenza en las tiendas por divisa y en la calle, encuentras relativamente lo mismo que cocinaste ayer y hace dos días y casi lo mismo que llevas cocinando todo un mes. Hoy soy yo quien le llena la cartera cuando estoy en casa, porque su pensión se esfuma en cuestión de horas, cuando antes eso era impensable. Se vive para comer, no se come para vivir. Las
sobremesas son para planificar las cazuelas de mañana y para conspirar entre
susurros nuestros males. Nadie alza la voz y si se me ocurre hablar más de la
cuenta, la risa nerviosa de mi hermana y
de mi madre no tardan en avisarme de que hable
bajo, porque la policía está a dos metros y medio de la pared de la casa. Menuda mierda la de tener allí un criterio en voz alta, nadie entiende nada, y con el lema de siempre "Nena, no vas a resolver nada", cierro el pico y termino de hacer mi pesada digestión mientras voy fregando los pocos cacharros.
Yo no tengo dudas; a los cubanos nos sigue
gustando nuestra comida, pero no es menos cierto que ante la escases, ya ni
siquiera se cocina bien. Entre ollas reinas, arroceras y cazuelas desmangadas sobre antiestéticas hornillas eléctricas, la comida se perpetra. Es
un mal plagio a las tradiciones, a los libros de Nitza Villapol y a la
comida de mi abuela. Tantos años de racionamiento y muerte
gastronómica, acabaron con nuestros legendarios fogones, y con ello palo estamos
dándole a nuestra cultura. La ruta de las especias se borró de nuestro mapa y todo atisbo de ornamentar nuestros platos, desapareció. Pero eso al estado poco le importa. Hace más de 25 años que en la televisión ni en ningún lado te enseñan ni a cocinar un salmón, sobre todo porque no hay salmón, el arte de cocinar como dios manda yo creo que nunca existió. Da igual que el espagueti se infle como un dedo o la carne quede como un cartón, no tienes la opción de aprender, de mejorar... Masticar y engullir , que ya de por si, es una bendición.
¡Al carajo! No sé lo que va a pasar en el futuro, no tengo ni idea, pero esto es una realidad al margen del cambio y mientras en los
puestos del estado el comején se come las paredes, yo trataré de que la plaga, nunca llegue a la casa de mi madre.
-.Emnis Campos Calzado.