No tengo ni la más mínima seguridad ni convicción de que existan los seres celestiales, menos de aquel que ascendió a los cielos para sentarse a la diestra del señor. Ni siquiera sé como podría definirme yo en estos momentos, porque pese a mi incredulidad para creer, muchas veces me he encontrado rezándole a todo dios por un motivo o por otro.
Tal vez sea una agnóstica débil, pero mi fuero interno más de una vez ha rechazado la idea de que los dioses existan. Bien podría yo pertenecer al grupo de los teístas por esos momentos en los que invoco a las deidades en mis prosas y poemas pero no, lo hago por puro morbo literario; pienso en todo lo que escribo, pero no creo en todo lo que pienso.
He escuchado tantas veces decir que hay un Dios creador del cielo y de la tierra, que por lo menos debería de creer en él, pero no, no soy deísta y hasta que no lo vea con mis propios ojos, qué me van a contar los demás si para mi Abraham seguirá siendo un personaje más de una historia más que leí en un libro llamado Biblia.
De ahí que todas esas clasificaciones esotéricas terminadas en -ísmo, no me transmiten más que historia y curiosidad. Así que sí, soy una atea, una agnóstica que no cree ni descree la existencia de Dios, porque tengo la esperanza de un día ver esa señal de la que muchos hablan. Tantos millones de fieles no pueden estar equivocados, vamos creo yo. Pero mientras eso sucede, me adjudico aquello de que ojos que no ven, corazón que no siente y eso me hace sentir mejor.
Pero conociéndome como me conozco, bien podría encajar yo en un grupo muy original llamada la "rastawoman" por lo que decía Bob Marley: "No tengo religión, soy lo que soy, soy un rastaman, entonces esto no es religión, esto es vida." Así que creo que tengo todos los ingredientes necesarios para ello, y aunque lo del estilo "Dreadlocks" o Rasta no me mola mucho, con todo lo demás me identifico.
A veces pienso que si Dios creó el universo a mi me mutaron en el trayecto. Yo no tuve la elección de escoger si quería ser o no ser creyente. Ni siquiera mi madre tuvo la opción de elegir, y eso que mi ascendencia genealógica es rica en injertos africanos y españoles; pero mi catolicismo quedó varado en algún rincón de mi ADN y jamás se desarrolló. Como tampoco se desarrolló mi sincretismo, que desde que aprendí a escribir y comprender, fue sustituido por una doctrinas totalmente diferente y donde el bautizo fue a golpe de consignas, pañoletas y un juramento sobre una carátula muy Marxista-Leninista que nada tenía que ver con las sagradas escrituras. Una educación extremadamente laica desde la A hasta la Z y no tuve la opción del alfa y el omega.
Hoy, 30 años después, me veo en un campo totalmente desolado, con una crisis cultural que remiendo a base de lecturas para poder entender QUÉ FUE LO QUE ME PASÓ Y TRATAR DE PERDONAR A AQUEL QUE TUVO LA CULPA DE MI APÁTICA FE.
Me he sentado horas y horas hablando con mi madre del pasado, con mi abuelo, con mis tías, con los primos, con los vecinos, pero descubro en todos ellos una fe escondida, casi confundida, que me ha llevado a cuestionar si en realidad muchos de ellos saben qué significan sus credos y si su espíritu se identifican con eso en lo que realmente ellos dicen creer cien por ciento. Quisiera descubrir el punto exacto donde perdimos esa práctica, porque en mis venas, corre sangre de mezcla africana de una negra llamada Catana que tal vez fuera Yoruba o Lucumí; a ella la arrancaron de raíz de aquella tierra africana donde seguro más de una vez bailó al son de unos tambores invocando a sus deidades de Ñañigo o Avacuá. Mi pelo aún es bien rizo, eso no lo perdí, pero todo lo demás, ¿a dónde fue a parar?
Me vi creciendo en una época huérfana de toda libertad religiosa, donde hablar de la membrecía pentecostal era un tema prohibido. Nada en mi amplio programa estudiantil abarcaba la rica historia de una Cuba mixta, nacida del medioevo europeo, del palo monte africano o tocada por el vudú de mis vecinos haitianos, algunos enraizados muy cerca del lugar donde nací. Me quedé con ganas de escuchar en la biblioteca de mi escuela una conferencia coherente sobre la diversidad de religiones existente en mi país, que son muchas; y no de sentir fastidio por el bautista, por el pentecostés, por el presbiteriano o por el metodista. A no rechazar al Testigo de jehová y a entender al luterano, al Musulmán, al Budista, al metodista, al anglicano, los mormones o al mismísimo cristiano.
Por mucho que mire hacia atrás, no puedo dudar que tres décadas sumaron tiempo suficiente para mutilar cualquier nexo con mi libertad para decidir si mi dios era Elegguá, Changó o Yemayá. Fueron décadas de un riguroso ateísmo que me alejó de todo dios y me inculcó aquel sui géneris marxismo que hoy a cuarenta años de mi vida, me tiene discretamente intoxicada.
Limpia de cualquier creencia e ideología, soy un mosaico étnico que no encuentra encajar más que en el grupo de los proscritos, de los que miramos al cielo y cerramos los ojos pidiendo misericordia a mi perro muerto, a mi abuela ausente o a la negra Catana ahora mismo aquí presente.
Fui proletaria, una más en aquel grupo del hombre nuevo, con una fe mutilada y apta para el partido que me ensambló en una sociedad que juro por tu Dios, nunca fue tan socialista. Con la fe ciega en una doctrina que jamás funcionó. Creyendo en la nada. Ignorando fechas, celebraciones y peregrinajes. Sustituyendo las efemérides de la república por el 1ro. de enero, las navidades, reyes y año nuevo, por el triunfo revolucionario y tal vez el nacimiento de algún santo por aniversarios históricos de gestas, asaltos y desembarcos. Aún dudo si la masa de mi cerebro sigue siendo gris, porque de rojo bandera siempre se cubrió.
Me es difícil a estas alturas de la vida, sentirme identificada con algo en lo que nunca he creído. Pero doy gracias a todo aquel que invoque a su santo para mi redención. Amén.
-.Emnis Campos Calzado. (E)
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