martes, 26 de abril de 2016

"Momentos para toda la vida"

   

    Si tuviera la posibilidad de volver al pasado, regresaría justo al día en el que se hizo esta fotografía. Ese día fuimos de visita a la casa de mi abuela y allí estaba toda la pandilla de primos, también amiguitos del barrio, mis tías y mi madre junto a mi abuela Nora. La foto la encontré en un cajón que guardaba mi tía Mirna, que por cierto le borró la cara a sus tres hermanas, entre ellas está mi mamá, fue una época  en la que no se llevaban muy bien con sus hermanas y quiso borrarles las caras, "cosas de familia". Yo me veo muy alta, estoy a la izquierda de la foto en la segunda fila, delante de mi tía Gladys que tiene un pañuelo en la cabeza, seguro que yo estaba encaramada encima de algún cajón porque no era ni por asomo de ese tamaño.
   Mi padrastro siempre cámara en mano captaba muchos buenos momentos de nuestras vidas, pero sin dudas, los días de ir a visitar a nuestra abuela y la familia, lo recuerdo de manera muy especial.  En un barrio llamado La Pedrona,  donde la calle principal era un camino real polvoriento y pedregoso, donde hasta el perro que pasaba levantaba el polvo del camino. A orillas de la calle y en el poco espacio del patio delantero que separaban las casas de la vía, allí jugábamos, hablábamos y corríamos como si aquello fuese un campo de futbol en medio del paraíso. Épocas donde todos los primos éramos pequeños y donde todos los espacios nos parecían enormes aunque midieran cinco metros cuadrados.
   Vivimos muchos años en ese barrio, las primeras casas que veías a la entrada a la izquierda eran la de mis tíos y primos, la nuestra y la de mi abuela. Todas las casitas eran de madera, cada una con olores diferentes. Yo recuerdo que la casa de mi Tía Gladys olía a café tostado; ella  trabajaba como jornalera recogiendo café en las montañas de Mayarí, la mujer tenía un motor en cada dedo y acopiaba tanto café en un solo día, que del tiro la hicieron vanguardia nacional y fue a dar a la antigua Unión Soviética unas vacaciones. En aquella época tener café fuera del racionamiento no era tan delictivo y ella se traía a casa unas cuantas libras de granos de café que luego repartía entre la familia. No me gustaba tomar café, ni tomo, pero aquel olor que desprendía el humo del café tostado era la gloria.
   En cambio la casa nuestra olía a madera seca, a suelo recién mojado, a brisa  que transportaba el polvo que nunca llegaba al suelo porque mi madre era una obsesa  de la limpieza. Recuerdo que las paredes de nuestra casa tenían la madera más pálida de jamás vi. No estaban pintadas, y cada semana como el que se mete debajo de una ducha, mi madre a golpe de manguera bañaba la casa  desde el techo hasta el suelo y el agua corría y se extendía por todos lados. Olor a limpio, a sábanas soleadas, a jabón de tocador, un olor neutral casi estéril, así como cuando subes a una montaña y en la cima inspiras aire puro, así, así olía mi casa.
   La casa de mi abuela, Mmmm que rico... El olor de la casa de mi abuela aún está en mis poros, era el olor de la familia reunida, del pilón y el café recién colado,  de la galleta y el pan guardado, de cortinas batiendo al viento, era nuestro jardín de delicias. Un lugar ameno donde la presencia de mi abuela obraba milagros. Era el lugar de partida y llegada, nuestro edén  terrenal donde los mayores esparcían sus penas y nosotros, los más pequeños, despreocupados jugábamos sin limitaciones y con encanto.
     El tiempo fue pasando y según crecíamos, los espacios se fueron haciendo más pequeños y solitarios. Los amiguitos nos fuimos dispersando, alejando, desapareciendo. Cuando mi abuela nos dejó, la casa dejó de oler a ella; la madera fue sustituida poco a poco por el bloque y el cemento y ahora para recordarla no me queda más remedio que cerrar los ojos y olerme la piel.
    La Pedrona sigue siendo un barrio casi congelado en el tiempo, el camino real sigue igual de pedregoso y polvoriento. Las voces de mis primos se agudizan ahora en progenitores cuerpos tras sus proles y ya nadie corre. Tatica creció, mi hermana engordó, Daniel cambió el taekwondo por la música y emigró. Mi padrastro se marchó con su cámara nikon y mi abuela murió, su pilón desapareció y el café dejó de oler a grano cimarrón y se mezcló.
     Regresé hace dos años al mismo lugar, esta vez con la añoranza aletargada y casi imperceptible, extrañando siempre en la distancia a mi abuela milagrosa, buscando en los rasgos faciales de mis tías huellas de su físico ausente. Definitivamente no está, esta vez el grupo para la nueva foto era pequeño y a los que no estaban los desempolvé de entre las fotografías para traerles de vuelta en mi visita y, sobre la antigua instantánea hice esta foto que traje conmigo para cargar con todos a quienes extraño siempre.
    Si la vida me concediera un deseo, volvería sin dudas al momento de esa foto en el jardín delantero en la calle 6ta, donde nos reuníamos todos y nadie estaba ausente.

-. Emnis